EL ÉXTASIS DE UN PARPADO EN DESCANSO
Hay ciertas conductas que deben ser como son y no de otra forma, ese “deber ser” necesariamente ha de tener un sentido lógico, al menos para quien lo dispuso de esa manera, aunque no sepamos quien. Hay muchas cosas que hacemos conforme a ese deber ser de ese “quien” que lo dispuso así sin repararnos el porqué. Ese “deber ser” puede devenir de personas, es decir de la sociedad, de la naturaleza misma o quizás hasta del mismísimo Dios, ¡quién podrá saberlo!
Dentro de ese deber proceder al que me refiero se podrían categorizar ciertos actos reflejos que participan en gran parte de su esencia con la inconsciencia, son actos automáticos que llevan ocultos tras de sí múltiples referencias del mundo como debería ser, es decir condicionantes.
Hay personas que se empeñan en diferenciar el concepto de amor con el de la mera atracción sensual, esto es de lo sentimental a lo físico-biológico. Al amor se le adjudica el ser un sentimiento elevado, trascendente, mientras que al impulso biológico al mero deseo sexual, se califica como de simple instinto, lo que nos hace participes de nuestro lado animal, es decir de lo material de lo tangible y por tanto deleznable.
Cuando pienso en uno y otro (amor y sexo) siempre los relaciono con un fenómeno tan simple como es el hecho de un beso. Pareciese que aquellos conceptos se fundiesen en el de la significancia de aquel, perdiendo sus límites, su diferenciación y hasta su esencia. Al final de cuentas todo son especulaciones de un seudo ignorante que trata de plasmar sus vivencias con unas toscas pinceladas literarias, ¿pero a donde quiero llegar con tan rústico discurso? Sencillo, las ideas en mi humildísimo concepto, están irradiadas por una base eminentemente fáctica o vivencial.
Me ocurrió lo siguiente: En cierta oportunidad vino una amiga de la familia de visita a nuestra casa y como es costumbre a demás de la elemental cortesía, se debió saludar con un beso en la mejilla a nuestra invitada, uno a uno a su turno le dieron el correspondiente beso en la mejilla, mientras yo expectante esperaba mi turno con secreto nerviosismo. Esto se debía a que de pequeño estuve enamorado de ella con todas las cursilerías del caso, propias de un niño tendiente al romanticismo ridículo e infantil. Bueno, el caso es que me correspondió el turno de acometer aquel beso, acto en el que no repare nada anormal, fue como un beso de tantos, no distinto al los que hubiese dado anteriormente, en apariencia intrascendente para mí.
Luego de esta inesperada visita y en ausencia de la misma, fui víctima de una serie irrefrenada de burlas a las que no acertaba encontrar defensa por parte de una de mis hermanas. Las burlas se centraban en un acto inconsciente que había realizado y que mi hermana percibió en la situación del beso a la visitante. Como es obvio vio en este detalle la oportunidad de escarnecerme burlonamente por el hecho de este pequeño desliz.
Sucedió pues que al momento de brindarle el beso a la visitante, inconscientemente cerré los ojos, cosa que para mí paso desapercibida y que mi hermana pícaramente aprovecho para mofarse de mí. Tal vez el mero hecho del beso dado al objeto de mis imaginerías románticas infantiles derrumbaron los muros del tiempo y por un instante me abandone de nuevo a ellas y no encuentro mejor ejemplo de abandono que el sencillo hecho de dejar caer los parpados sobre los ojos, en donde en apariencia nos hundimos en un inmenso abismo de oscuridad y dejadez, tal vez con el firme propósito de encontrar el amor. ¡Vaya lapsus!
Ahora es menester para estas líneas el referirme a otro tema, claro está, no lejano ni desligado al que acabo de plantear y necesario para esta breve disertación. El caso es que en algún lugar escuche o leí sobre un tema que me dio vueltas en la cabeza por mucho tiempo pero al cual no sabía qué sentido debía darle y con ocasión de lo narrado entreví la oportunidad de usarlo en este pequeño escrito.
Resulta entonces que me enteré que a algunas de las representaciones de la Virgen María se les suele dar, según su autor, una serie de gestos característicos relacionados con la plenitud espiritual, es decir una especie de éxtasis religioso, rictus que a mi parecer no tiene nada de bello. No quiero pecar de irrespetuoso, la idea no se me ha ocurrido a mí, pero este gesto que detentan dichas imágenes está muy cercano a la idea de un orgasmo femenino. A algunos esto les podría parecer conforme al canon de la belleza, pero en lo que me concierne, solo siento una especie de desazón y hasta de fastidio, me pregunto si no sería más acertado representar la idea de plenitud con una simple sonrisa, pues la sonrisa es signo de alegría y felicidad. ¡Uf que prosa tan decantada¡ Ja.
Otro adoquín que quiero adosar en este muro de incongruencias, con el cual termina ese relato y da sentido a este galimatías es el siguiente: La escena trascurre en medio de un beso, por supuesto yo soy su protagonista, de la actriz no es oportuno revelar su nombre, ni tampoco es necesario mencionar el cumulo de hechos que nos llevaron a cometer un beso, lo que si es necesario mencionar es que en medio de aquel beso repare en que tenía los ojos cerrados, como en aquella ocasión en que fui objeto de burla por parte de mi hermana, por ello en un acto de revancha decidí abrir los ojos, creyendo que con este proceder me desquitaría de sus antiguas burlas. ¿Qué sucedió? Pues que al momento de despegar los parpados no encontré los perfiles del rostro que me habían impulsado a dar aquel beso, sino que en vez de ello me enfrente a algo inesperado, es decir, los gestos de una virgen en éxtasis, ya no en sentido religioso sino de orden psicotrópico, mueca que me pareció a la de un orgasmo, que como ya dije me fastidia y me produce repulsión, por ello y para satisfacción de mi hermana, creo yo, me vi abocado irremediablemente a cerrar los ojos de nuevo, para abandonarme a un sentimiento tal vez cercano al amor. He aquí una cosa que debería ser de una forma y no de otra, un acto reflejo, quizás de orden divino que se me revela diferenciador y al que no deberíamos resistirnos. Ahora se cual es la verdadera diferencia entre el amor y el deseo. La diferencia está un simple abrir y cerrar de ojos.
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